Mi novio estaba en mi casa, en mi cuarto, en mi cama, era
un sueño hecho realidad. Pero él no se sentía feliz como yo.
Sus padres no aceptaban que tenían un hijo gay, peleó con
ellos y decidió huir. Afortunadamente huyó hacia mi casa. Anoche hablamos con
mi papá y mi mamá y permitieron que Jordán se quedara durmiendo conmigo, y en
ese momento estaban reunidos en la sala con sus padres para llegar a un
acuerdo.
Jordán estaba nervioso. La relajación después del sexo le
dura un par de horas y luego empieza a comerse las uñas otra vez. Le tomé las
manos y él las retiró de un tirón, se levantó de la cama y me dio la espalda.
—¡Cómo puedes pensar en sexo en un momento así! —me
grita.
—Yo no estaba pensando en sexo… —dije sonando tan
inocente como podía.
—¡Por supuesto que sí! ¡Siempre piensas en sexo!
—Eso es porque tengo el novio más guapo de Primavera
Caliente. —Sonreí sin simular mi intento de seducción.
—¡Vamos Troy! —Sí, ese era mi nombre. Me gustaba más
antes que saliera esa tonta película…
No intenté contradecir a mi novio, antes aproveché que me
estaba dando la espalda para acercarme a él y tomar uno de sus glúteos.
Masajeándolo me agaché para acercar mi boca al músculo gemelo y lo mordí muy
suave.
—Mmmm… Troy… —Me encantaba el poder que tenía de volverlo
gelatina. Bajé los pantalones que me bloqueaban el camino y empecé a dejar
besos lamidas y suaves mordiscos por todo su culo. Un culo que conocía tan bien
y que no podía dejar de desear ni un minuto, hasta cuando dormía le hacía el amor—.
Troy… más…
Me desnudé lo más rápido que pude, ya estaba tirando de
su camiseta y finalmente dejamos los pantalones hechos un bollo en el piso.
Miré a Jordán desnudo y me tomé un momento para disfrutar de cómo me hacía
sentir.
—Pon tus manos sobre la cajonera y abre las piernas.
Metí un dedo con saliva en su agujero. Y luego otro. Jordán
no dejaba de gemir y jadear. Me estaba volviendo loco. La tenía tan dura. Me
escupí en la mano y me lubriqué el pene y entré en él. Las primeras veces tuve
que tomarme más tiempo para prepararlo porque ambos éramos vírgenes y no quería
hacerle daño. Lo amaba tanto. Pero ahora que teníamos sexo dos o tres —o más,
si podíamos— veces al día apenas necesitaba preparación.
—Troy… ah… Troy te amo…
—Yo también te amo, Jordán. No importa lo que pase abajo,
no voy a dejar que nos separen. Te amo. —Lo último me salió como un lloriqueo.
Era tan grande el placer que estaba al borde del orgasmo.
—Troy, tócame, quiero correrme, por favor…— Tomé su pene
duro como el acero y lo acaricié mientras lo penetraba todavía con más fuerza.
—¡Jordán!
—¡Ahhhh…!
Su semilla se esparció por mi mano mientras la mía llenaba
su culo.
Nunca usamos un condón. Si mi papá se entera me mata. No
veía la necesidad, Jordán no iba a embarazarse y solo tuvimos sexo el uno con
el otro. Y si estaba en mí decidir, nunca lo usaríamos.
Jadeando, con la cara brillante de sudor y las mejillas
enrojecidas Jordán se dio la vuelta para darme un beso, en el que puse toda mi
ternura.
—Troy pase lo que pase quiero estar siempre a tu lado. Y
si nos separan quiero volver a tu lado otra vez sin importar qué. Soy tuyo para
siempre, Troy, te amo.
—Siempre juntos contra todo y contra todos, nadie nos va
a poder separar, Jordán.
******
—¡Corten!
Esa era la voz de nuestro director, gritando la orden que
mágicamente nos cambiaba de Troy y Jordán a Ricky y Leo. El director se había
levantado de su silla y estaba acercándose a nosotros.
—Saben que pueden usar sus habilidades actorales de vez en
cuando, no siempre tienen que tener sexo real.
—¿Y para qué vamos a hacerlo si podemos decir igual
nuestras líneas? —dije—. Y nunca nos enfocan más abajo de los pectorales.
—Y de este modo es muucho más placentero —dijo Leo con una
sonrisa petulante.
Miré la entrepierna del director, estaba duro y no
trataba de ocultarlo, como había intentado la primera vez que tuvimos sexo en
el set. Se había estado tapando y nos dio una arenga sobre ser profesionales y
que no estábamos haciendo una porno. Pero el rating y las críticas fueron tan buenos que dejó de
oponerse y ahora incluso disfrutaba. Y no era el único. Cuando era una de
nuestras escenas de sexo había por lo menos el doble de personas, solo para
vernos follar. Y a nosotros nos encantaba hacerlo con público. De acuerdo,
éramos un poco exhibicionistas. Demándennos.
Tomé la mano de Leo.
—Vamos al camerino, quiero que me la chupes.
—Encantado —dijo sonriendo y vi mi semen corriendo por su
pierna, me estaba poniendo duro de nuevo.
—Recuerden que vamos a filmar la escena del salón de
clase después de la escena de la pelea de las chicas en la cafetería.
—Sí, señor director —dije mientras seguía tirando de Leo,
ninguno estaba avergonzado de nuestra desnudez.
Me moría de ganas de hacer el amor con mi novio de nuevo,
esta vez poder oírle suspirar mi nombre, y no el de mi personaje.
*************
Vi a Leo y Ricky salir por la puerta del plató hacia los
camerinos ambos desnudos y con sus vergas semierectas.
Nuestro plató era un enorme hangar donde estaban los
diferentes decorados de las escenas que filmábamos para nuestra telenovela, que
ya llevaba en el aire algunos años.
Los técnicos, camarógrafos e iluminadores estaban
trasladándose para filmar la próxima escena.
Mi personaje era
bastante secundario, hasta que se decidió que tuviera un hijo gay. Entonces
resucitaron a una familia que hace años apareció muerta en un incendio en su casa,
pero que realmente habían fingido su
muerte, con la ayuda del comisario, porque habían testificado contra el más
malo y mafioso de la novela —quien nunca desapareció del todo sino que a veces
aparece para atormentar las vidas de las personas buenas y honestas de
Primavera Caliente—. Y mi hijo Troy se enamoró de Jordán. Los actores que
eligieron para representar a esa familia eran nuevos contratos así que nos
conocimos todos aquí, en el plató, Juan Carlos y Heidi eran Daniel y Melisa,
los padres de Jordán, cuyo nombre real es Leo, un actor joven que tiene un
brillante futuro.
Juan Carlos está casado. Usa su anillo de bodas dentro y
fuera del set. No como yo, que me lo pongo sólo para actuar, igual que los
anteojos y los eternos pulóveres con rombos, mocasines y pantalones de vestir
sueltos —¿los abogados siempre usan pulóveres con rombos?— yo parecía un bibliotecario
antes que un abogado. Mi personaje se llama Eduardo y está casado con Ana.
El personaje de Juan Carlos era Daniel. Un hombre que
sacrificó mucho para mantener su familia a salvo y que no podía aceptar que su
hijo era gay. Daniel era albañil, siempre usaba vaqueros, camisas de franela a
cuadros y una gorra de beisbol. Tenía siempre tiene una sombra de barba que
hacía que sus ojos azules brillaran más.
Melisa era la típica ama de casa, delgada y pálida que
iba a la Iglesia y temía que su hijo fuera condenado.
Mi esposa Ana y yo hacíamos todo lo que podíamos para comprender
a nuestro hijo y aunque era difícil para nosotros, no nos oponíamos como lo
hacían Melisa y Daniel.
Y por eso Jordán huyó de su casa y vino directamente a la
nuestra. El chico pasó la noche en el cuarto de Troy y estábamos preparándonos
para filmar la escena con los padres de Jordán en el set de nuestra sala. Era
una escena clave porque era a partir de ese momento cuando empezaban a aceptar
a su hijo.
Nos sentamos en los sillones en nuestras posiciones iniciales
frente a frente. Heidi repasaba sus líneas con su apuntadora, Juan Carlos
estaba jugando con la gorra de béisbol de su personaje, y Regina —que hacía el
papel de mi esposa— estaba haciendo sus respiraciones antes de cada escena. Regina
y yo éramos amigos. Con el cabello rubio, ojos grises y cuerpo de infarto quise
seducirla la primera semana que nos conocimos, entonces me dejó muy claro que
era lesbiana, y quedamos amigos.
Yo soy bisexual y mi corazón suspira por Juan Carlos, que
estaba sentado frente a mí con la mirada pensativa, perdida en el espacio,
jugando con la gorra. Indiferente, como siempre.
Con el dorso de mi mano me acaricié la erección
simuladamente que todavía llevaba después de ver a Ricky y Leo hacer su escena
de sexo. Yo había estado entre las personas que observaban la escena para
estudiar a Juan Carlos y descubrir si sentía disgusto o placer con el sexo gay.
No pude sacar ninguna conclusión. Con cada roce de mi mano imagino que es la
mano de Juan Carlos. Traté de ser discreto, pero es tan difícil después de
tanta sequía. Y para él yo no era nada. Apenas me hablaba, diablos, apenas me
miraba. Esta era una de las pocas escenas en las que actuamos juntos.
—¡Muy bien, todos preparados! —La voz de nuestro director
resonó a través del megáfono. Me acomodé los anteojos falsos y me pasé los
dedos por mi prolijo cabello peinado hacia la izquierda. Yo lo prefería de
punta, con mucho gel, pero ese estilo no va con el personaje—. ¡Iluminación!
¡Cámara! — La apuntadora de Heidi se
apresuró a salir y Juan Carlos apretó fuerte la gorra entre sus manos,
metiéndose en la piel de Daniel. Mi pene saltó. ¿Qué tenía que hacer para que
me lo agarre así? — ¡Placa!
—¡Primavera Caliente, escena mil doscientos treinta y
cuatro, toma uno! —ese era nuestro asistente del director.
—¡Acción!
Mi esposa Ana —Regina— empezó a llorar, no sé cómo lo hacía pero sólo
necesitaba que el director dijera «acción» para derramar lágrimas y moco sin
cesar, hasta que decía «corte» y el llanto se evaporaba.
—Es obvio por qué Jordán se escapó. Es culpa de ustedes
—les acusó.
—Yo no quiero que mi hijo sea un maricón. ¿Sabes? ¡No
quiero que se vaya al infierno! —dijo Melisa —Heidi—.
En un capítulo anterior Daniel —Juan Carlos— vuelve antes
del trabajo y encuentra a Jordán en la cama con Troy, justo después de su
orgasmo.
—Es nuestra responsabilidad como padres, no podemos dejar
que se equivoquen de esa manera ¡sólo tienen dieciocho años! —dijo Melisa,
inflexible.
—Entiendo que ver a tu hijo con otro hombre…—traté de
razonar con ella.
— ¡¡No!! —Daniel tiró la gorra a la mesita que estaba entre
nosotros y se puso de pie de un salto—. ¡No lo entiendes! ¡No era tu hijo el
que estaba siendo usado como una mujer!
«Oh, yo quiero que abuses de mi culo, o yo del tuyo, lo que
sea, sesenta y nueve. O masturbación mutua…» pensé. Mis sentimientos estaban
fuera de control. Traté de enfocarme en mis líneas.
—No se trata de ser usado. —Me puse de pie frente a él—. No
se trata de ser menos hombre o de suplantar a una mujer. Se trata de amor y
nuestros hijos se aman.
—Al carajo con el cuento del amor. Ningún hijo mío va a ser
la puta de otro hombre.
—No me sorprende que Jordán haya huido de un padre tan
palurdo. ¡Se necesita ser un verdadero hombre para tomar otro hombre!
Daniel me tomó por mi ropa y me acercó a su cara, sus ojos
brillaban con ira y apretaba los dientes.
—¿Me estás provocando, Eduardo?
Su aroma me llenó las fosas nasales y mi cuerpo se
estremeció. «Sí, te estoy provocando para que me jodas tan duro que no pueda caminar
derecho por una semana…» Pensé y me perdí.
—Ah… uh… —balbuceé, por mi vida que no podía acordarme de lo
que tenía que decir.
—¡Corten! —Nuestro director jamás renunciaba a la
posibilidad de usar el maldito megáfono, aún cuando estábamos a tres metros de él—
Ian, —me dijo—, «Sólo estoy tratando de
que lo veas desde su punto de vista, los chicos nos necesitan». Esa es tu
línea ¿recuerdas? No es tan difícil, ¿verdad?
El director se burlaba de mí porque ya sabía lo que me
pasaba. Desde que lo había conocido deseaba a Juan Carlos pero cuando lo vi con
su esposa en el festejo de Año Nuevo se me partió el corazón. Sabía que sentía
algo por él, pero hasta ese momento no me había dado cuenta de lo serio que
eran mis sentimientos. Supe que me había enamorado. Me emborraché y le confesé
todo al director.
Estábamos en la escena diecisiete cuando por fin pude decir
mis líneas sin tropezar.
—Daniel, sólo estoy tratando de que lo veas desde su punto
de vista, los chicos nos necesitan, no podemos ponernos en su contra. —Apoyé
mis manos en sus anchos hombros y casi jadeé, me controlé a último momento—.
Escucha, Daniel, si insistes en oponerte Jordán te verá como un enemigo, huirá
de ti en lugar de buscarte como padre.
Daniel aflojó un poco el agarre que sujetaba mi ropa y miró
hacia el suelo, una solitaria lágrima cayó de su ojo izquierdo, perfecto para
que la cámara lo tomara en un primer plano.
—No sé qué hacer, Eduardo. Yo no crié a mi hijo para ser un
maricón, ¿sabes lo difícil que es la
vida? Y siempre es peor para los que son diferentes.
—Esa es una razón más para tratar de comprenderlo. Para que
tenga un refugio en su hogar, contigo.
Daniel me soltó y dio un paso atrás para abrir el cuadro y
dejar a nuestras esposas decir su diálogo.
La escena termina cuando los cuatro estamos llorando
sentados en el mismo sillón, yo abrazando a Ana, Ana tomando de las manos de
Melisa y Daniel abrazándola. En un gran momento conmovedor cuando decidimos
defender el amor de nuestros hijos a toda costa.
—¡Corten! ¡Se edita!
Me relajé, Regina rio con la cara mojada de lágrimas. Heidi
se levantó y se fue sin decir palabra, Juan Carlos la siguió con la mirada.
Volvía a tener la misma expresión de aburrido de siempre.
—Ian después de la escena diez había perdido un poco la fe
en ti, pero lograste hacerlo. Felicitaciones. —El sarcasmo en su voz era obvio.
—Gracias Regina —le respondí en el mismo tono.
—Voy a arreglar mi maquillaje, ¿vienes?
—Nah... Tengo la próxima escena cerca de dos horas, voy a ir
a tomar algo y practicar mis líneas.
—Ok, Romeo.
—¡Cállate!
—Eso dices tú, pero ya hay apuestas de cuando van a follar —susurró
en mi oído.
Regina ríe más fuerte y se va.
—Oye si quieres podemos ir a mi camerino, tengo cerveza de
verdad allí. —me dijo Juan Carlos.
En el plató no había bebidas alcohólicas. La cerveza era
jugo de manzana con gas, el whiskey era té.
—¿De veras? —Mi sonrisa amenazaba con partirme la cara en
dos—. Eso sería el cielo.
*************
Me alejé de Ian y Juan Carlos para que pudieran hablar. Me
sorprendía cómo ninguno de los dos era consciente de que estaban locos el uno
por el otro. ¡Cielos! Ian prácticamente babea cada vez que ve a Juan Carlos y
Juan Carlos nunca deja de buscarlo con la mirada. A pesar de ponerse esa
máscara de indiferente, sé lo que Juan Carlos siente porque hace un par de
semanas lo encontré oliendo la ropa que había usado Ian en el set. Cuando se
dio cuenta que lo había visto se puso rojo y me dio una excusa débil de que le
gustaba el perfume de Ian pero que no podía recordar cuál era. Le dije que Ian
no usaba perfume y balbuceando salió corriendo de los vestuarios. El asistente
del director se enteró y empezaron a correr apuestas de cuanto iban a tardar en
follar.
El asistente de director es quien lleva todas las apuestas.
Debe tener una pequeña fortuna a costa de nosotros.
Mirándome al espejo rápidamente arreglé mi maquillaje.
Estaba actuando desde los quince años. Sabía cómo llorar y
recuperarme enseguida. Todo mi maquillaje era a prueba de agua.
Por el rabillo del ojo vi a la mujer que ha estado
atormentándome en mis sueños desde Año Nuevo y mi corazón dio un salto en mi
pecho. Julia se veía espectacular, vestida de manera informal pero con el aire
de una estrella de cine. Que era justamente lo que ella era.
Ellos me intrigan, tienen esa atmosfera de camaradería que
viene de estar muchos años juntos, de conocerse, pero no creo que sean amantes.
Y apenas pude hablar con ella unos minutos en la fiesta, demasiado poco para
averiguar si mi pálpito es verdadero.
Juan Carlos se acercó a Julia, su esposa. Ian estaba justo
detrás de él. Juan Carlos la besó en la mejilla y se dio vuelta, Ian saludó a
la mujer pelirroja hablaron un momento y la pareja se fue. Como si fuera el
dibujo de un cómic vi cómo los hombros de Ian cayeron desanimados.
Me acerqué a él.
—Vamos —le dije tomándole de la mano y tirando hacia el
hangar que cobija nuestros camerinos y la sala de vestuarios, y todo lo demás
que se usa en el set.
—¿A dónde? —Los hermosos ojos verdes de Ian estaban un poco
húmedos.
—A averiguar que pasa entre esos dos.
—No pasa nada, es su esposa, puede venir a visitarlo en el
set de vez en cuando, ¿no? —Se puso a la defensiva.
—Mmm. Sí, pero, no estoy tan convencida. Vamos a
averiguarlo. —Tiré de su mano una vez
más y esta vez cedió.
—A espiarlos, querrás decir —sonaba resignado y me siguió.
Ian era hermoso. No hay otra palabra para describirlo. Ojos
verdes como los pinos, cabello rubio oscuro y una cara delicada, con una boca
de carnosos labios, casi me convenció de tener sexo con un hombre cuando nos
conocimos. Pero, ¿qué iba a hacer yo con un pene? No tenía ni idea, además no
me veo en una relación con un hombre a largo plazo, me pareció mejor rechazar
sus avances por el bien del trabajo, y quedamos como amigos.
Seguimos a Juan Carlos y Julia y los vimos entrar en su
camerino.
Hay dos grandes grupos de camerinos. Los asignados al reparto
contratado y los camerinos generales para los extras. Los camerinos generales
eran unas duchas con cubículos para baños, y una habitación grande con dos largos
espejos con focos, el tocador a lo largo de los espejos y asientos.
Pero los camerinos individuales para el reparto contratado,
como Ian, Juan Carlos y yo, eran pequeñas habitaciones de tres metros por tres,
y contaban con un tocador, un gran espejo con focos, un baño pequeño con ducha
y una cama. Ninguno tenía las paredes suficientemente gruesas, por lo que no
había privacidad. Si discutías o follabas en tu camerino todos lo sabían. Pero
eran cómodos para tomar una siesta o conversar o ensayar.
Y la mejor parte era que todos los camerinos tenían una
ventana para ventilación arriba, de un metro de ancho por medio metro de alto.
Se llegaba con una silla y escuchabas todo lo que pasaba dentro, aún si querían
ser discretos y hablaban en voz baja.
Tomé una escalera que alguien había dejado convenientemente
cerca, y la acomodé debajo dela ventana del camerino de Juan Carlos.
—No estoy seguro de esto, Regina —me susurró.
—Vamos, Ian, te juro que va a valer la pena.
—No quiero ver cómo se besan o algo más… —Ian se veía indeciso,
por primera vez se me ocurrió pensar que quizás mi amigo era serio con sus
sentimientos por Juan Carlos.
—Ian, no creo que los veamos íntimos. Algo me dice que ellos
no son lo que parecen.
—¿Ah, no? — Los ojos de Ian brillaron con esperanza— ¿Y qué
son?
—Eso es lo que quiero averiguar…
Le sonreí y subí las escaleras, me asomé cuidadosamente por
la ventana.
Juan Carlos tenía una cama de una plaza y media justo debajo.
Ambos estaban acostados boca abajo y hablaban tan suave que apenas entendía
alguna palabra.
Llegué al final de la escalera, Ian a mi lado, ambos
apoyamos los torsos en el borde de la ventana. Estábamos literalmente colgando por
el borde pero aún así no lograba entender la conversación, era apenas un
susurro.
Subí todo mi cuerpo al borde de la ventana, Ian me dijo no
con la cabeza frenéticamente. Yo no le hice caso. Yo quería, necesitaba, saber
si tendría una oportunidad con esa fabulosa mujer o no. Hice equilibrio con mis
tacones en el borde y me sostuve de la hoja de la ventana con ambas manos.
—¿Quieres una cerveza? —dijo Juan Carlos levantándose de la
cama repentinamente. El movimiento me sobresaltó y la hoja de la ventana se
movió, casi no hizo ruido pero me sacó de balance. Quedé colgando, mis tacones
me impidieron resbalar y caer a la cama, los nudillos se me pusieron blancos.
—Ah, no. No me apetece. —Julia se dio vuelta en la cama quedando
boca arriba, pero mantuvo cerrados los ojos. Si los abriera me vería colgando
sobre ella, literalmente.
Ian entró más de su cuerpo por el pequeño hueco para tratar
de ayudarme a bajar hacia la escalera, pero sentía que si me soltaba de la hoja
de la ventana caería y me dio pánico. Negué con la cabeza y me deslicé más.
Juan Carlos abrió su lata de cerveza y se sentó apoyando la
espalda en el respaldo dela cama. En el peor de los casos esperaba caer en el
pequeño espacio al lado de Julia. No quería caer. Ian hacía toda clase de
gestos y yo le respondía con otros. Cada movimiento me desequilibraba, iba a
caer.
—¿Ricky y Leo hicieron de las suyas otra vez, no?
—Así es, la escena justo antes de la nuestra.
—Ah, hubiera llegado antes y lo hubiera visto todo…
—No tanto, nosotros tardamos más de una hora en filmar
nuestra escena.
—¿Por qué tanto?
—Hicimos diecisiete tomas. —Juan Carlos tomó otro sorbo de
cerveza.
—¿Por qué tantas? —dijo Julia con sorpresa y abrió los ojos…
y me vio colgando sobre ella —. ¡Ah! —gritó… y caí…
—¡Ay! —dije yo.
—¡Uhf! —hizo Ian cuando cayó, también, en un último y vano intento
por sujetarme.
—¿Qué carajos? —dijo Juan Carlos se levantó de la cama y nos
miró con el ceño fruncido.
Levanté mi cabeza. Julia estaba debajo de mí. Logré caer
sobre mis codos y mis rodillas y no lastimarla, pero mi entrepierna estaba
sobre su cara. Al mirar hacia atrás vi la hermosa cara de la mujer de mis
sueños mirándome sorprendida.
Me excité. Si alguien estaba hablando no pude escuchar sólo
miraba los pálidos ojos de Julia ella pareció percibir mi estado de ánimo
porque sacó la lengua y la pasó por mi vulva, sobre mis bragas. Gemí sin poder
remediarlo. Y ella lo volvió a hacer.
Me di cuenta de forma vaga que nos quedamos solas en el
camerino. Julia seguía pasando la lengua sobre mi vulva, y yo empecé a sacarle
los pantalones y la ropa interior. Pronto estábamos las dos gimiendo, mi
clítoris en su boca, succionando y el suyo en mi boca. ¡Qué dulce sabor! ¡Qué
perfecta melodía salía de sus labios cuando se estremecía de placer!
Y era por mí.
Julia me empujó lejos y me sentí un poco decepcionada hasta
que la vi sacarse la ropa, sus pechos redondos quedaron expuestos y los cubrí
con mi boca como un hambriento al primer bocado de pan.
Ella gemía y me acariciaba el cabello, la cabeza, la
espalda.
—Desnúdate, quiero sentirte completa —dijo con voz
entrecortada.
—¡Sí! —dije tirando de mi ropa, no me acordaba que no era
mía—. Esto debe ser un sueño.
—No lo es. Te deseo desde la fiesta de Año Nuevo. —Abrí mis
ojos ampliamente por la sorpresa.
—Yo también, sueño contigo casi todas las noches.
—¿De veras? No sabía que te sentías así, hubiera venido
antes.
—¿Por qué no lo hiciste?
—No sabía si yo te podía llegar a gustar, le pregunté a Juan
Carlos y él tampoco sabía si te gustaban las mujeres. —El cuerpo desnudo de
Julia cubrió el mío, también desnudo.
—Soy lesbiana, pero desde hace un par de meses sólo me
gustas tu. ¡Ah!
—Gracias… ah… ¡Dios!
Julia jadeaba y yo también. Nuestros clítoris se juntaban
húmedos provocando la más exquisita fricción. La necesidad primaria de llegar
al final de nuestros orgasmos nos tenía juntando nuestros cuerpos con un ritmo
apasionado. El calor y el placer se rompieron como un dique dentro de mí y
grité mi orgasmo. Un segundo después Julia gritó el suyo.
Cubiertas de sudor y enredadas en la cama nos miramos
mientras recuperábamos el aliento. No recuerdo haber visto algo tan hermoso
como esta mujer con las mejillas encendidas.
—Quiero besarte —me dijo.
Mierda, desearla tanto me dejo boba. No la había besado.
—Me encantaría.
El beso fue suave y dulce, un poco torpe, el sabor de
nuestros sexos mezclándose con nuestra saliva.
—Tenemos que repetir esto.
—El momento que quieras, mi amor —le contesté. Ella sonrió y
todo volvió a empezar, esta segunda vez disfruté un poco más el viaje y el
orgasmo fue mucho más satisfactorio.
*************
Miré la cara de Juan Carlos, pero a pesar de tener el ceño
fruncido no parecía molesto, sólo curioso, incluso divertido.
Cuando Regina gimió lo tomé de la mano. Se dejó llevar fuera
de su camerino y lo conduje dentro del mío.
Cerré la puerta y ahora que lo tenía donde quería, dudé.
—Supongo que te preguntarás qué estábamos haciendo colgados
de la ventana.
—No… supongo que se les perdió algo…
—¿Estás haciendo un chiste? —Ahora era yo el que lo miraba
con el ceño fruncido. Juan Carlos rio, y juro que deseaba escuchar ese sonido,
todos los días.
—Me muero de ganas de escuchar lo que tengas para decir que
no podía decirse golpeando la puerta.
—Bueno, como te habrás dado cuenta, Regina siente algo por
Julia. — Y en ese momento me di cuenta que su esposa estaba teniendo sexo con
mi amiga y él no se veía molesto. Lo miré con curiosidad. Juan Carlos tomó lo
último de cerveza de su lata y la arrojó al tacho del rincón.
—Ahora te estás preguntando por qué, si mi esposa está
teniendo sexo con una mujer, yo estoy tan tranquilo, ¿verdad?
—Podrías ser telépata.
—Julia es lesbiana, y yo soy gay, ambos nos casamos para
aparentar. Pero estamos cansados. Queremos una pareja real. Tanto ella como yo
perdimos personas que nos importaban por mantener esta charada. Estamos
hablando de divorcio. Creo que este encuentro con Regina va a ser el último
clavo a nuestro matrimonio.
—Tú eres gay… —dije, la única pieza de información que logró
tener sentido en mi mente confundida.
—Y me gustas, Ian.
—Te gusto… —La sorpresa me dejó congelado
Juan Carlos se acercó y me besó. Un beso tentativo sobre los
labios que me envió una descarga eléctrica a través de mi cuerpo. Lo tomé con
ambas manos y lo besé profundamente en la boca.
Él me abrazó y ¡cielos! Su cuerpo era grande, duro y
caliente. Y sus manos hábiles. Me sacó el espantoso pulóver con rombos, me
desbrochó la camisa y me besó el pecho, suavemente. Sentía que me quemaba la
piel. Sentía que iba a explotar por la excitación.
—Juan Carlos, espera —dije y traté de calmarme un poco—.
Esto no es sólo sexo para mí. —él sonrió.
—Tampoco lo es para mí. Nunca me había sentido así por
nadie.
Lo besé tiernamente, tratando de ser amoroso pero el beso se
volvió más y más apasionado. Saqué su ropa a los tirones y la sensación de
estar piel con piel fue mejor que cualquier cosa.
Me puso sobre la cama sin dejar de abrazarme, sin dejar de
besarme. Suavemente se acostó sobre mí. Como
pude me deshice del resto de mi ropa.
—Ian, no creía que esto fuera posible.
—Yo tampoco. Quiero que me folles, duro.
—Será un verdadero placer —dijo sobre mis labios. Sin dejar
de besarlo saqué a tientas un preservativo y una pequeña botella de lubricante
que tenía guardado en la mesita al lado de la cama y los dejé junto a mí para
que estuvieran a mano cuando Juan Carlos los necesitara.
Juan Carlos me besó el cuello, los hombros mis tetillas, eso
me hizo jadear. Bajó más y más la boca hasta mi pene, lo tomó en su boca y
lentamente, tan lentamente que me volvía loco, lo llevó hasta su garganta y lo
sacaba hasta que sólo la punta quedaba en su boca.
—¡Juan Carlos, basta por favor! Jódeme ahora, ¡ahora, por
favor!
—Si me lo pides tan amablemente no puedo decir que no.
Se puso el preservativo y metió sus dedos lubricados en mi
culo. Había olvidado el dolor y el placer de ser penetrado.
—Ian, estás jodidamente apretado, ¿cuánto tiempo hace que no usas esto?
—Unos años. Quizás cuatro años. —Mi cerebro estaba demasiado
ocupado procesando lo que le pasaba a mi cuerpo como para hablar coherentemente—.
Estuve con Laura tres años, y luego de ella no hubo nadie.
—¿Quieres decir que tuviste sexo con Laura? —me preguntó con
el ceño fruncido.
—Sí, claro. Ella era mi novia.
—¿No eres gay?
—Soy bisexual. —Él ya no me tocaba y el ceño seguía fruncido—.
¿Es eso algún problema?
—No voy a tolerar que te acuestes con mujeres mientras
estemos juntos.
No habíamos hablado de estar juntos. Pero su posesividad me
pareció romántica, me senté en la cama y lo atraje para un beso.
—Soy fiel. Siempre que tengo una pareja sólo existe esa
persona para mí. Si tú quieres ser mi novio te juro que no habrá nadie más, ni
hombre ni mujer.
—Yo quiero. Te juro que no habrá otro hombre para mí. —Y nos
besamos otra vez—. Si no te jodo en los próximos minutos me voy a volver loco.
—Entonces jódeme —dije y me acosté en la cama otra vez y
llevé mis rodillas hacia mi pecho.
Él hizo un sonido con la garganta, entre un gemido y un
jadeo. Y me penetró. Tuve que gritar por la sensación.
—¿Estás bien? ¿Te hice daño?
—Estoy bien, espera un minuto. —Me desesperé por relajarme,
quería esto tanto que estaba a punto de llorar. Por fin sentí que mi cuerpo
aceptaba a Juan Carlos—. Muévete, ahora. Por favor.
Y se movió. Lentamente al principio pero se hizo más y más
rápido cada segundo.
Jadeamos y gemimos y gritamos nuestros orgasmos casi al
mismo tiempo.
Estábamos sobre la cama hechos un desastre y así nos
encontró el asistente de vestuario cuando apenas estábamos recuperando el
aliento. Tomó nuestras ropas al tiempo que el asistente del director se asomó
unos segundos para avisarme que debía estar en el plató en veinte minutos. Era
obvio que estaba verificando qué había sucedido, probablemente por la apuesta.
Cuando se fue el asistente de vestuario se quejó:
—Ustedes y Regina sí que saben dar buenos espectáculos, si
sólo supieran cuidar la ropa que no es de ustedes en el proceso. —Dejando
la ropa acomodada en una silla se fue y cerró la puerta de un golpe.
—¿Cuál es su problema? —pregunté.
—Creo que perdió la apuesta —dijo Juan Carlos con una gran
sonrisa.
Y nos reímos juntos. Más tarde lo llevaría a mi casa para
una cena y más sexo, esta vez en privado y toda la noche.
FIN
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