domingo, 10 de abril de 2016

Primavera Caliente - Cuento

            Mi novio estaba en mi casa, en mi cuarto, en mi cama, era un sueño hecho realidad. Pero él no se sentía feliz como yo.
           Sus padres no aceptaban que tenían un hijo gay, peleó con ellos y decidió huir. Afortunadamente huyó hacia mi casa. Anoche hablamos con mi papá y mi mamá y permitieron que Jordán se quedara durmiendo conmigo, y en ese momento estaban reunidos en la sala con sus padres para llegar a un acuerdo.
            Jordán estaba nervioso. La relajación después del sexo le dura un par de horas y luego empieza a comerse las uñas otra vez. Le tomé las manos y él las retiró de un tirón, se levantó de la cama y me dio la espalda.
            —¡Cómo puedes pensar en sexo en un momento así! —me grita.
            —Yo no estaba pensando en sexo… —dije sonando tan inocente como podía.
            —¡Por supuesto que sí! ¡Siempre piensas en sexo!
            —Eso es porque tengo el novio más guapo de Primavera Caliente. —Sonreí sin simular mi intento de seducción.
            —¡Vamos Troy! —Sí, ese era mi nombre. Me gustaba más antes que saliera esa tonta película…
            No intenté contradecir a mi novio, antes aproveché que me estaba dando la espalda para acercarme a él y tomar uno de sus glúteos. Masajeándolo me agaché para acercar mi boca al músculo gemelo y lo mordí muy suave.
            —Mmmm… Troy… —Me encantaba el poder que tenía de volverlo gelatina. Bajé los pantalones que me bloqueaban el camino y empecé a dejar besos lamidas y suaves mordiscos por todo su culo. Un culo que conocía tan bien y que no podía dejar de desear ni un minuto, hasta cuando dormía le hacía el amor—. Troy… más…
            Me desnudé lo más rápido que pude, ya estaba tirando de su camiseta y finalmente dejamos los pantalones hechos un bollo en el piso. Miré a Jordán desnudo y me tomé un momento para disfrutar de cómo me hacía sentir.
            —Pon tus manos sobre la cajonera y abre las piernas.
            Metí un dedo con saliva en su agujero. Y luego otro. Jordán no dejaba de gemir y jadear. Me estaba volviendo loco. La tenía tan dura. Me escupí en la mano y me lubriqué el pene y entré en él. Las primeras veces tuve que tomarme más tiempo para prepararlo porque ambos éramos vírgenes y no quería hacerle daño. Lo amaba tanto. Pero ahora que teníamos sexo dos o tres —o más, si podíamos— veces al día apenas necesitaba preparación.
            —Troy… ah… Troy te amo…
            —Yo también te amo, Jordán. No importa lo que pase abajo, no voy a dejar que nos separen. Te amo. —Lo último me salió como un lloriqueo. Era tan grande el placer que estaba al borde del orgasmo.
            —Troy, tócame, quiero correrme, por favor…— Tomé su pene duro como el acero y lo acaricié mientras lo penetraba todavía con más fuerza.
            —¡Jordán!
            —¡Ahhhh…!
            Su semilla se esparció por mi mano mientras la mía llenaba su culo.
            Nunca usamos un condón. Si mi papá se entera me mata. No veía la necesidad, Jordán no iba a embarazarse y solo tuvimos sexo el uno con el otro. Y si estaba en mí decidir, nunca lo usaríamos.
            Jadeando, con la cara brillante de sudor y las mejillas enrojecidas Jordán se dio la vuelta para darme un beso, en el que puse toda mi ternura.
            —Troy pase lo que pase quiero estar siempre a tu lado. Y si nos separan quiero volver a tu lado otra vez sin importar qué. Soy tuyo para siempre, Troy, te amo.
            —Siempre juntos contra todo y contra todos, nadie nos va a poder separar, Jordán.

            ******

            —¡Corten! 
Esa era la voz de nuestro director, gritando la orden que mágicamente nos cambiaba de Troy y Jordán a Ricky y Leo. El director se había levantado de su silla y estaba acercándose a nosotros.
—Saben que pueden usar sus habilidades actorales de vez en cuando, no siempre tienen que tener sexo real.
            —¿Y para qué vamos a hacerlo si podemos decir igual nuestras líneas? —dije—. Y nunca nos enfocan más abajo de los pectorales.
—Y de este modo es muucho más placentero —dijo Leo con una sonrisa petulante.
            Miré la entrepierna del director, estaba duro y no trataba de ocultarlo, como había intentado la primera vez que tuvimos sexo en el set. Se había estado tapando y nos dio una arenga sobre ser profesionales y que no estábamos haciendo una porno. Pero el rating  y las críticas fueron tan buenos que dejó de oponerse y ahora incluso disfrutaba. Y no era el único. Cuando era una de nuestras escenas de sexo había por lo menos el doble de personas, solo para vernos follar. Y a nosotros nos encantaba hacerlo con público. De acuerdo, éramos un poco exhibicionistas. Demándennos.
            Tomé la mano de Leo.
            —Vamos al camerino, quiero que me la chupes.
            —Encantado —dijo sonriendo y vi mi semen corriendo por su pierna, me estaba poniendo duro de nuevo.
            —Recuerden que vamos a filmar la escena del salón de clase después de la escena de la pelea de las chicas en la cafetería.
            —Sí, señor director —dije mientras seguía tirando de Leo, ninguno estaba avergonzado de nuestra desnudez.
            Me moría de ganas de hacer el amor con mi novio de nuevo, esta vez poder oírle suspirar mi nombre, y no el de mi personaje.
*************
            Vi a Leo y Ricky salir por la puerta del plató hacia los camerinos ambos desnudos y con sus vergas semierectas.
Nuestro plató era un enorme hangar donde estaban los diferentes decorados de las escenas que filmábamos para nuestra telenovela, que ya llevaba en el aire algunos años.
Los técnicos, camarógrafos e iluminadores estaban trasladándose para filmar la próxima escena.
 Mi personaje era bastante secundario, hasta que se decidió que tuviera un hijo gay. Entonces resucitaron a una familia que hace años apareció muerta en un incendio en su casa, pero que realmente  habían fingido su muerte, con la ayuda del comisario, porque habían testificado contra el más malo y mafioso de la novela —quien nunca desapareció del todo sino que a veces aparece para atormentar las vidas de las personas buenas y honestas de Primavera Caliente—. Y mi hijo Troy se enamoró de Jordán. Los actores que eligieron para representar a esa familia eran nuevos contratos así que nos conocimos todos aquí, en el plató, Juan Carlos y Heidi eran Daniel y Melisa, los padres de Jordán, cuyo nombre real es Leo, un actor joven que tiene un brillante futuro.
            Juan Carlos está casado. Usa su anillo de bodas dentro y fuera del set. No como yo, que me lo pongo sólo para actuar, igual que los anteojos y los eternos pulóveres con rombos, mocasines y pantalones de vestir sueltos —¿los abogados siempre usan pulóveres con rombos?— yo parecía un bibliotecario antes que un abogado. Mi personaje se llama Eduardo y está casado con Ana.
            El personaje de Juan Carlos era Daniel. Un hombre que sacrificó mucho para mantener su familia a salvo y que no podía aceptar que su hijo era gay. Daniel era albañil, siempre usaba vaqueros, camisas de franela a cuadros y una gorra de beisbol. Tenía siempre tiene una sombra de barba que hacía que sus ojos azules brillaran más.
            Melisa era la típica ama de casa, delgada y pálida que iba a la Iglesia y temía que su hijo fuera condenado.
            Mi esposa Ana y yo hacíamos todo lo que podíamos para comprender a nuestro hijo y aunque era difícil para nosotros, no nos oponíamos como lo hacían Melisa y Daniel.
            Y por eso Jordán huyó de su casa y vino directamente a la nuestra. El chico pasó la noche en el cuarto de Troy y estábamos preparándonos para filmar la escena con los padres de Jordán en el set de nuestra sala. Era una escena clave porque era a partir de ese momento cuando empezaban a aceptar a su hijo.
            Nos sentamos en los sillones en nuestras posiciones iniciales frente a frente. Heidi repasaba sus líneas con su apuntadora, Juan Carlos estaba jugando con la gorra de béisbol de su personaje, y Regina —que hacía el papel de mi esposa— estaba haciendo sus respiraciones antes de cada escena. Regina y yo éramos amigos. Con el cabello rubio, ojos grises y cuerpo de infarto quise seducirla la primera semana que nos conocimos, entonces me dejó muy claro que era lesbiana, y quedamos amigos.
Yo soy bisexual y mi corazón suspira por Juan Carlos, que estaba sentado frente a mí con la mirada pensativa, perdida en el espacio, jugando con la gorra. Indiferente, como siempre.
            Con el dorso de mi mano me acaricié la erección simuladamente que todavía llevaba después de ver a Ricky y Leo hacer su escena de sexo. Yo había estado entre las personas que observaban la escena para estudiar a Juan Carlos y descubrir si sentía disgusto o placer con el sexo gay. No pude sacar ninguna conclusión. Con cada roce de mi mano imagino que es la mano de Juan Carlos. Traté de ser discreto, pero es tan difícil después de tanta sequía. Y para él yo no era nada. Apenas me hablaba, diablos, apenas me miraba. Esta era una de las pocas escenas en las que actuamos juntos.
            —¡Muy bien, todos preparados! —La voz de nuestro director resonó a través del megáfono. Me acomodé los anteojos falsos y me pasé los dedos por mi prolijo cabello peinado hacia la izquierda. Yo lo prefería de punta, con mucho gel, pero ese estilo no va con el personaje—. ¡Iluminación! ¡Cámara!  — La apuntadora de Heidi se apresuró a salir y Juan Carlos apretó fuerte la gorra entre sus manos, metiéndose en la piel de Daniel. Mi pene saltó. ¿Qué tenía que hacer para que me lo agarre así? — ¡Placa!
            —¡Primavera Caliente, escena mil doscientos treinta y cuatro, toma uno! —ese era nuestro asistente del director.
            —¡Acción!
            Mi esposa Ana —Regina—  empezó a llorar, no sé cómo lo hacía pero sólo necesitaba que el director dijera «acción» para derramar lágrimas y moco sin cesar, hasta que decía «corte» y el llanto se evaporaba.
            —Es obvio por qué Jordán se escapó. Es culpa de ustedes —les acusó.
            —Yo no quiero que mi hijo sea un maricón. ¿Sabes? ¡No quiero que se vaya al infierno! —dijo Melisa —Heidi—.
En un capítulo anterior Daniel —Juan Carlos— vuelve antes del trabajo y encuentra a Jordán en la cama con Troy, justo después de su orgasmo.
            —Es nuestra responsabilidad como padres, no podemos dejar que se equivoquen de esa manera ¡sólo tienen dieciocho años! —dijo Melisa, inflexible.
            —Entiendo que ver a tu hijo con otro hombre…—traté de razonar con ella.
— ¡¡No!! —Daniel tiró la gorra a la mesita que estaba entre nosotros y se puso de pie de un salto—. ¡No lo entiendes! ¡No era tu hijo el que estaba siendo usado como una mujer!
«Oh, yo quiero que abuses de mi culo, o yo del tuyo, lo que sea, sesenta y nueve. O masturbación mutua…» pensé. Mis sentimientos estaban fuera de control. Traté de enfocarme en mis líneas.
—No se trata de ser usado. —Me puse de pie frente a él—. No se trata de ser menos hombre o de suplantar a una mujer. Se trata de amor y nuestros hijos se aman.
—Al carajo con el cuento del amor. Ningún hijo mío va a ser la puta de otro hombre.
—No me sorprende que Jordán haya huido de un padre tan palurdo. ¡Se necesita ser un verdadero hombre para tomar otro hombre!
Daniel me tomó por mi ropa y me acercó a su cara, sus ojos brillaban con ira y apretaba los dientes.
—¿Me estás provocando, Eduardo?
Su aroma me llenó las fosas nasales y mi cuerpo se estremeció. «Sí, te estoy provocando para que me jodas tan duro que no pueda caminar derecho por una semana…» Pensé y me perdí.
—Ah… uh… —balbuceé, por mi vida que no podía acordarme de lo que tenía que decir.
—¡Corten! —Nuestro director jamás renunciaba a la posibilidad de usar el maldito megáfono, aún cuando estábamos a tres metros de él— Ian, —me dijo—, «Sólo estoy tratando de que lo veas desde su punto de vista, los chicos nos necesitan». Esa es tu línea ¿recuerdas? No es tan difícil, ¿verdad?
El director se burlaba de mí porque ya sabía lo que me pasaba. Desde que lo había conocido deseaba a Juan Carlos pero cuando lo vi con su esposa en el festejo de Año Nuevo se me partió el corazón. Sabía que sentía algo por él, pero hasta ese momento no me había dado cuenta de lo serio que eran mis sentimientos. Supe que me había enamorado. Me emborraché y le confesé todo al director.
Estábamos en la escena diecisiete cuando por fin pude decir mis líneas sin tropezar.
—Daniel, sólo estoy tratando de que lo veas desde su punto de vista, los chicos nos necesitan, no podemos ponernos en su contra. —Apoyé mis manos en sus anchos hombros y casi jadeé, me controlé a último momento—. Escucha, Daniel, si insistes en oponerte Jordán te verá como un enemigo, huirá de ti en lugar de buscarte como padre.
Daniel aflojó un poco el agarre que sujetaba mi ropa y miró hacia el suelo, una solitaria lágrima cayó de su ojo izquierdo, perfecto para que la cámara lo tomara en un primer plano.
—No sé qué hacer, Eduardo. Yo no crié a mi hijo para ser un maricón, ¿sabes lo difícil  que es la vida? Y siempre es peor para los que son diferentes.
—Esa es una razón más para tratar de comprenderlo. Para que tenga un refugio en su hogar, contigo.
Daniel me soltó y dio un paso atrás para abrir el cuadro y dejar a nuestras esposas decir su diálogo.
La escena termina cuando los cuatro estamos llorando sentados en el mismo sillón, yo abrazando a Ana, Ana tomando de las manos de Melisa y Daniel abrazándola. En un gran momento conmovedor cuando decidimos defender el amor de nuestros hijos a toda costa.
—¡Corten! ¡Se edita!
Me relajé, Regina rio con la cara mojada de lágrimas. Heidi se levantó y se fue sin decir palabra, Juan Carlos la siguió con la mirada. Volvía a tener la misma expresión de aburrido de siempre.
—Ian después de la escena diez había perdido un poco la fe en ti, pero lograste hacerlo. Felicitaciones. —El sarcasmo en su voz era obvio.
—Gracias Regina —le respondí en el mismo tono.
—Voy a arreglar mi maquillaje, ¿vienes?
—Nah... Tengo la próxima escena cerca de dos horas, voy a ir a tomar algo y practicar mis líneas.
—Ok, Romeo.
—¡Cállate!
—Eso dices tú, pero ya hay apuestas de cuando van a follar —susurró en mi oído.
Regina ríe más fuerte y se va.
—Oye si quieres podemos ir a mi camerino, tengo cerveza de verdad allí. —me dijo Juan Carlos.
En el plató no había bebidas alcohólicas. La cerveza era jugo de manzana con gas, el whiskey era té.
—¿De veras? —Mi sonrisa amenazaba con partirme la cara en dos—. Eso sería el cielo.

*************

Me alejé de Ian y Juan Carlos para que pudieran hablar. Me sorprendía cómo ninguno de los dos era consciente de que estaban locos el uno por el otro. ¡Cielos! Ian prácticamente babea cada vez que ve a Juan Carlos y Juan Carlos nunca deja de buscarlo con la mirada. A pesar de ponerse esa máscara de indiferente, sé lo que Juan Carlos siente porque hace un par de semanas lo encontré oliendo la ropa que había usado Ian en el set. Cuando se dio cuenta que lo había visto se puso rojo y me dio una excusa débil de que le gustaba el perfume de Ian pero que no podía recordar cuál era. Le dije que Ian no usaba perfume y balbuceando salió corriendo de los vestuarios. El asistente del director se enteró y empezaron a correr apuestas de cuanto iban a tardar en follar.
El asistente de director es quien lleva todas las apuestas. Debe tener una pequeña fortuna a costa de nosotros.
Mirándome al espejo rápidamente arreglé mi maquillaje.
Estaba actuando desde los quince años. Sabía cómo llorar y recuperarme enseguida. Todo mi maquillaje era a prueba de agua.
Por el rabillo del ojo vi a la mujer que ha estado atormentándome en mis sueños desde Año Nuevo y mi corazón dio un salto en mi pecho. Julia se veía espectacular, vestida de manera informal pero con el aire de una estrella de cine. Que era justamente lo que ella era.
Ellos me intrigan, tienen esa atmosfera de camaradería que viene de estar muchos años juntos, de conocerse, pero no creo que sean amantes. Y apenas pude hablar con ella unos minutos en la fiesta, demasiado poco para averiguar si mi pálpito es verdadero.
Juan Carlos se acercó a Julia, su esposa. Ian estaba justo detrás de él. Juan Carlos la besó en la mejilla y se dio vuelta, Ian saludó a la mujer pelirroja hablaron un momento y la pareja se fue. Como si fuera el dibujo de un cómic vi cómo los hombros de Ian cayeron desanimados.
Me acerqué a él.
—Vamos —le dije tomándole de la mano y tirando hacia el hangar que cobija nuestros camerinos y la sala de vestuarios, y todo lo demás que se usa en el set.
—¿A dónde? —Los hermosos ojos verdes de Ian estaban un poco húmedos.
—A averiguar que pasa entre esos dos.
—No pasa nada, es su esposa, puede venir a visitarlo en el set de vez en cuando, ¿no? —Se puso a la defensiva.
—Mmm. Sí, pero, no estoy tan convencida. Vamos a averiguarlo. —Tiré  de su mano una vez más y esta vez cedió.
—A espiarlos, querrás decir —sonaba resignado y me siguió.
Ian era hermoso. No hay otra palabra para describirlo. Ojos verdes como los pinos, cabello rubio oscuro y una cara delicada, con una boca de carnosos labios, casi me convenció de tener sexo con un hombre cuando nos conocimos. Pero, ¿qué iba a hacer yo con un pene? No tenía ni idea, además no me veo en una relación con un hombre a largo plazo, me pareció mejor rechazar sus avances por el bien del trabajo, y quedamos como amigos.
Seguimos a Juan Carlos y Julia y los vimos entrar en su camerino.
Hay dos grandes grupos de camerinos. Los asignados al reparto contratado y los camerinos generales para los extras. Los camerinos generales eran unas duchas con cubículos para baños, y una habitación grande con dos largos espejos con focos, el tocador a lo largo de los espejos y asientos.
Pero los camerinos individuales para el reparto contratado, como Ian, Juan Carlos y yo, eran pequeñas habitaciones de tres metros por tres, y contaban con un tocador, un gran espejo con focos, un baño pequeño con ducha y una cama. Ninguno tenía las paredes suficientemente gruesas, por lo que no había privacidad. Si discutías o follabas en tu camerino todos lo sabían. Pero eran cómodos para tomar una siesta o conversar o ensayar.
Y la mejor parte era que todos los camerinos tenían una ventana para ventilación arriba, de un metro de ancho por medio metro de alto. Se llegaba con una silla y escuchabas todo lo que pasaba dentro, aún si querían ser discretos y hablaban en voz baja.
Tomé una escalera que alguien había dejado convenientemente cerca, y la acomodé debajo dela ventana del camerino de Juan Carlos.
—No estoy seguro de esto, Regina —me susurró.
—Vamos, Ian, te juro que va a valer la pena.
—No quiero ver cómo se besan o algo más… —Ian se veía indeciso, por primera vez se me ocurrió pensar que quizás mi amigo era serio con sus sentimientos por Juan Carlos.
—Ian, no creo que los veamos íntimos. Algo me dice que ellos no son lo que parecen.
—¿Ah, no? — Los ojos de Ian brillaron con esperanza— ¿Y qué son?
—Eso es lo que quiero averiguar…
Le sonreí y subí las escaleras, me asomé cuidadosamente por la ventana.
Juan Carlos tenía una cama de una plaza y media justo debajo. Ambos estaban acostados boca abajo y hablaban tan suave que apenas entendía alguna palabra.
Llegué al final de la escalera, Ian a mi lado, ambos apoyamos los torsos en el borde de la ventana. Estábamos literalmente colgando por el borde pero aún así no lograba entender la conversación, era apenas un susurro.
Subí todo mi cuerpo al borde de la ventana, Ian me dijo no con la cabeza frenéticamente. Yo no le hice caso. Yo quería, necesitaba, saber si tendría una oportunidad con esa fabulosa mujer o no. Hice equilibrio con mis tacones en el borde y me sostuve de la hoja de la ventana con ambas manos.
—¿Quieres una cerveza? —dijo Juan Carlos levantándose de la cama repentinamente. El movimiento me sobresaltó y la hoja de la ventana se movió, casi no hizo ruido pero me sacó de balance. Quedé colgando, mis tacones me impidieron resbalar y caer a la cama, los nudillos se me pusieron blancos.
—Ah, no. No me apetece. —Julia se dio vuelta en la cama quedando boca arriba, pero mantuvo cerrados los ojos. Si los abriera me vería colgando sobre ella, literalmente.
Ian entró más de su cuerpo por el pequeño hueco para tratar de ayudarme a bajar hacia la escalera, pero sentía que si me soltaba de la hoja de la ventana caería y me dio pánico. Negué con la cabeza y me deslicé más.
Juan Carlos abrió su lata de cerveza y se sentó apoyando la espalda en el respaldo dela cama. En el peor de los casos esperaba caer en el pequeño espacio al lado de Julia. No quería caer. Ian hacía toda clase de gestos y yo le respondía con otros. Cada movimiento me desequilibraba, iba a caer.
—¿Ricky y Leo hicieron de las suyas otra vez, no?
—Así es, la escena justo antes de la nuestra.
—Ah, hubiera llegado antes y lo hubiera visto todo…
—No tanto, nosotros tardamos más de una hora en filmar nuestra escena.
—¿Por qué tanto?
—Hicimos diecisiete tomas. —Juan Carlos tomó otro sorbo de cerveza.
—¿Por qué tantas? —dijo Julia con sorpresa y abrió los ojos… y me vio colgando sobre ella —. ¡Ah! —gritó…  y caí…
—¡Ay! —dije yo.
—¡Uhf! —hizo Ian cuando cayó, también, en un último y vano intento por sujetarme.
—¿Qué carajos? —dijo Juan Carlos se levantó de la cama y nos miró con el ceño fruncido.
Levanté mi cabeza. Julia estaba debajo de mí. Logré caer sobre mis codos y mis rodillas y no lastimarla, pero mi entrepierna estaba sobre su cara. Al mirar hacia atrás vi la hermosa cara de la mujer de mis sueños mirándome sorprendida.
Me excité. Si alguien estaba hablando no pude escuchar sólo miraba los pálidos ojos de Julia ella pareció percibir mi estado de ánimo porque sacó la lengua y la pasó por mi vulva, sobre mis bragas. Gemí sin poder remediarlo. Y ella lo volvió a hacer.
Me di cuenta de forma vaga que nos quedamos solas en el camerino. Julia seguía pasando la lengua sobre mi vulva, y yo empecé a sacarle los pantalones y la ropa interior. Pronto estábamos las dos gimiendo, mi clítoris en su boca, succionando y el suyo en mi boca. ¡Qué dulce sabor! ¡Qué perfecta melodía salía de sus labios cuando se estremecía de placer!
Y era por mí.
Julia me empujó lejos y me sentí un poco decepcionada hasta que la vi sacarse la ropa, sus pechos redondos quedaron expuestos y los cubrí con mi boca como un hambriento al primer bocado de pan.
Ella gemía y me acariciaba el cabello, la cabeza, la espalda.
—Desnúdate, quiero sentirte completa —dijo con voz entrecortada.
—¡Sí! —dije tirando de mi ropa, no me acordaba que no era mía—. Esto debe ser un sueño.
—No lo es. Te deseo desde la fiesta de Año Nuevo. —Abrí mis ojos ampliamente por la sorpresa.
—Yo también, sueño contigo casi todas las noches.
—¿De veras? No sabía que te sentías así, hubiera venido antes.
—¿Por qué no lo hiciste?
—No sabía si yo te podía llegar a gustar, le pregunté a Juan Carlos y él tampoco sabía si te gustaban las mujeres. —El cuerpo desnudo de Julia cubrió el mío, también desnudo.
—Soy lesbiana, pero desde hace un par de meses sólo me gustas tu. ¡Ah!
—Gracias… ah… ¡Dios!
Julia jadeaba y yo también. Nuestros clítoris se juntaban húmedos provocando la más exquisita fricción. La necesidad primaria de llegar al final de nuestros orgasmos nos tenía juntando nuestros cuerpos con un ritmo apasionado. El calor y el placer se rompieron como un dique dentro de mí y grité mi orgasmo. Un segundo después Julia gritó el suyo.
Cubiertas de sudor y enredadas en la cama nos miramos mientras recuperábamos el aliento. No recuerdo haber visto algo tan hermoso como esta mujer con las mejillas encendidas.
—Quiero besarte —me dijo.
Mierda, desearla tanto me dejo boba. No la había besado.
—Me encantaría.
El beso fue suave y dulce, un poco torpe, el sabor de nuestros sexos mezclándose con nuestra saliva.
—Tenemos que repetir esto.
—El momento que quieras, mi amor —le contesté. Ella sonrió y todo volvió a empezar, esta segunda vez disfruté un poco más el viaje y el orgasmo fue mucho más satisfactorio.

*************

Miré la cara de Juan Carlos, pero a pesar de tener el ceño fruncido no parecía molesto, sólo curioso, incluso divertido.
Cuando Regina gimió lo tomé de la mano. Se dejó llevar fuera de su camerino y lo conduje dentro del mío.
Cerré la puerta y ahora que lo tenía donde quería, dudé.
—Supongo que te preguntarás qué estábamos haciendo colgados de la ventana.
—No… supongo que se les perdió algo…
—¿Estás haciendo un chiste? —Ahora era yo el que lo miraba con el ceño fruncido. Juan Carlos rio, y juro que deseaba escuchar ese sonido, todos los días.
—Me muero de ganas de escuchar lo que tengas para decir que no podía decirse golpeando la puerta.
—Bueno, como te habrás dado cuenta, Regina siente algo por Julia. — Y en ese momento me di cuenta que su esposa estaba teniendo sexo con mi amiga y él no se veía molesto. Lo miré con curiosidad. Juan Carlos tomó lo último de cerveza de su lata y la arrojó al tacho del rincón.
—Ahora te estás preguntando por qué, si mi esposa está teniendo sexo con una mujer, yo estoy tan tranquilo, ¿verdad?
—Podrías ser telépata.
—Julia es lesbiana, y yo soy gay, ambos nos casamos para aparentar. Pero estamos cansados. Queremos una pareja real. Tanto ella como yo perdimos personas que nos importaban por mantener esta charada. Estamos hablando de divorcio. Creo que este encuentro con Regina va a ser el último clavo a nuestro matrimonio.
—Tú eres gay… —dije, la única pieza de información que logró tener sentido en mi mente confundida.
—Y me gustas, Ian.
—Te gusto… —La sorpresa me dejó congelado
Juan Carlos se acercó y me besó. Un beso tentativo sobre los labios que me envió una descarga eléctrica a través de mi cuerpo. Lo tomé con ambas manos y lo besé profundamente en la boca.
Él me abrazó y ¡cielos! Su cuerpo era grande, duro y caliente. Y sus manos hábiles. Me sacó el espantoso pulóver con rombos, me desbrochó la camisa y me besó el pecho, suavemente. Sentía que me quemaba la piel. Sentía que iba a explotar por la excitación.
—Juan Carlos, espera —dije y traté de calmarme un poco—. Esto no es sólo sexo para mí. —él sonrió.
—Tampoco lo es para mí. Nunca me había sentido así por nadie.
Lo besé tiernamente, tratando de ser amoroso pero el beso se volvió más y más apasionado. Saqué su ropa a los tirones y la sensación de estar piel con piel fue mejor que cualquier cosa.
Me puso sobre la cama sin dejar de abrazarme, sin dejar de besarme. Suavemente se acostó sobre mí. Como  pude me deshice del resto de mi ropa.
—Ian, no creía que esto fuera posible.
—Yo tampoco. Quiero que me folles, duro.
—Será un verdadero placer —dijo sobre mis labios. Sin dejar de besarlo saqué a tientas un preservativo y una pequeña botella de lubricante que tenía guardado en la mesita al lado de la cama y los dejé junto a mí para que estuvieran a mano cuando Juan Carlos los necesitara.
Juan Carlos me besó el cuello, los hombros mis tetillas, eso me hizo jadear. Bajó más y más la boca hasta mi pene, lo tomó en su boca y lentamente, tan lentamente que me volvía loco, lo llevó hasta su garganta y lo sacaba hasta que sólo la punta quedaba en su boca.
—¡Juan Carlos, basta por favor! Jódeme ahora, ¡ahora, por favor!
—Si me lo pides tan amablemente no puedo decir que no.
Se puso el preservativo y metió sus dedos lubricados en mi culo. Había olvidado el dolor y el placer de ser penetrado.
—Ian, estás jodidamente apretado, ¿cuánto  tiempo hace que no usas esto?
—Unos años. Quizás cuatro años. —Mi cerebro estaba demasiado ocupado procesando lo que le pasaba a mi cuerpo como para hablar coherentemente—. Estuve con Laura tres años, y luego de ella no hubo nadie.
—¿Quieres decir que tuviste sexo con Laura? —me preguntó con el ceño fruncido.
—Sí, claro. Ella era mi novia.
—¿No eres gay?
—Soy bisexual. —Él ya no me tocaba y el ceño seguía fruncido—. ¿Es eso algún problema?
—No voy a tolerar que te acuestes con mujeres mientras estemos juntos.
No habíamos hablado de estar juntos. Pero su posesividad me pareció romántica, me senté en la cama y lo atraje para un beso.
—Soy fiel. Siempre que tengo una pareja sólo existe esa persona para mí. Si tú quieres ser mi novio te juro que no habrá nadie más, ni hombre ni mujer.
—Yo quiero. Te juro que no habrá otro hombre para mí. —Y nos besamos otra vez—. Si no te jodo en los próximos minutos me voy a volver loco.
—Entonces jódeme —dije y me acosté en la cama otra vez y llevé mis rodillas hacia mi pecho.
Él hizo un sonido con la garganta, entre un gemido y un jadeo. Y me penetró. Tuve que gritar por la sensación.
—¿Estás bien? ¿Te hice daño?
—Estoy bien, espera un minuto. —Me desesperé por relajarme, quería esto tanto que estaba a punto de llorar. Por fin sentí que mi cuerpo aceptaba a Juan Carlos—. Muévete, ahora. Por favor.
Y se movió. Lentamente al principio pero se hizo más y más rápido cada segundo.
Jadeamos y gemimos y gritamos nuestros orgasmos casi al mismo tiempo.
Estábamos sobre la cama hechos un desastre y así nos encontró el asistente de vestuario cuando apenas estábamos recuperando el aliento. Tomó nuestras ropas al tiempo que el asistente del director se asomó unos segundos para avisarme que debía estar en el plató en veinte minutos. Era obvio que estaba verificando qué había sucedido, probablemente por la apuesta. Cuando se fue el asistente de vestuario se quejó:
—Ustedes y Regina sí que saben dar buenos espectáculos, si sólo supieran cuidar la ropa que no es de ustedes en el proceso. —Dejando la ropa acomodada en una silla se fue y cerró la puerta de un golpe.
—¿Cuál es su problema? —pregunté.
—Creo que perdió la apuesta —dijo Juan Carlos con una gran sonrisa.
Y nos reímos juntos. Más tarde lo llevaría a mi casa para una cena y más sexo, esta vez en privado y toda la noche.

FIN

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